Mujeres premiadas
Creado por Eugenio Suarez , el Domingo 28 de Noviembre de 2010

Llevan buena racha nuestras compañeras de fatigas en este mundo de las letras, tan cuesta arriba para todos. La última en coronar la cucaña ha sido Ana María Matute y encontramos merecido el preciado galardón. Esto de los premios, especialmente los oficiales u oficiosos es muy proclive a la crítica y la desconfianza, pero siempre he creído que deberían ser discernidos -como norma genérica- a personas que hubieran dedicado, con decoro y eficacia, parte o toda la vida al cultivo de las Letras o las Artes, para procurar un tramo final desahogado y digno. Es difícil que alguien que ha entregado la existencia a estos menesteres no haya producido ejemplares merecedores de cualquier enaltecimiento y es muy común que la mayoría concluyan la existencia de forma menesterosa.


También fui siempre partidario que compartieran las mieles del triunfo, especialmente las crematísticas, los valores que despuntan, porque un éxito en el comienzo de cualquier carrera suele ser origen de una perseverante y óptima trayectoria. De esa forma, el joven -o la joven, no me den la vara- puede disfrutar del sosiego suficiente para formarse, enriquecer su talento y avanzar en una senda siempre dura y empinada.

En cambio -por muy merecedores que lo sean-, me parece menos bien la acumulación de triunfos académicos, sociales y económicos en personas, de ambos sexos, que se encuentran en medio del camino de la vida y que, más o menos, tienen la existencia resuelta. Eso ocurre con muchos novelistas que acertaron una vez, dos veces, y que pueden sobrevivir gran parte de lo que les queda colaborando en los periódicos, radios o televisiones. Esas participaciones, aunque por regla general están míseramente consideradas, permiten a muchos plumíferos tener el inmediato porvenir resuelto.

Poco que oponer al triunfo del gran escritor Mario Vargas Llosa, aunque sería más equitativo que, en casos de tal flagrantes méritos, los premios fueran honoríficos. Al fin y al cabo, a los grandes vates de las mejores Grecia y Roma les despachaban con una corona de laurel, aunque les hicieran cónsules o el equivalente a directores generales de ahora. Una diadema de acanto trenzada sobre un busto de mármol garantizaba la inmortalidad.

Bien, pues, y enhorabuena para Ana María Matute, otra catalana que se alza con el Cervantes. Por cierto, uno se esfuerza en leer las abundantes jaculatorias sin encontrar subrayado suficientemente el empleo del castellano, como vehículo, aunque no sea lo más importante. Es como si se eludiera el tema, por inconveniente. Tratándose de ingresar en la Academia de la Lengua Española o enarbolar el Cervantes de las Letras, bien se merece ese reconocimiento, que no es más que un dato, muy púdicamente disfrazado, si quieren que les diga la verdad. No deja de ser cierto que el idioma que emplean Vargas Llosa, García Márquez y los escritores hispánicos probablemente incluya parecida cantidad de vocablos que cualquier texto escrito en no importa qué lengua. Con bastante petulancia nos los metemos entre pecho y espalda, no comprendiendo algunos o muchos de sus giros, pero dando por sentado que forman parte del idioma que empleamos como propio.

En otros tiempos solía incluirse un añadido con la reseña de los llamados «indigenismos» de forma general pero habría que reconocer el grado de hipocresía en que nos desenvolvemos, saltando las palabras y las expresiones, como un caballo de ajedrez, sin siquiera recurrir al diccionario esclarecedor: «¿Para qué, si está en español?». Cuando la más que cierta riqueza de este lenguaje consiste, precisamente, en su enorme variedad, tanta que sería imposible dominarlo plenamente. Esto nada tiene que ver con el preciosismo o el rebuscamiento para fingir profundidades léxicas de poca consistencia.

Personalmente he procurado enfrascarme en los llamados clásicos y aparcar la producción contemporánea lo que produce una precariedad que me pilla demasiado mayor para otra cosa que lamentarlo, pues ni he profundizado en unos ni me son familiares los centenares o miles de paisanos que han cuajado libros que siempre encierran algo enriquecedor.

Mujeres en la Academia, ganadoras de los más altos loores, bienvenidas, por vuestros actos, trabajos, esfuerzo. No deja de ser curiosa la paradójica muletilla que suele acompañar a toda victoria intelectual. Con raras excepciones todo el mundo alude al tenebroso mundo que vivieron en la niñez, la juventud, parte de la madurez. Si comparamos el parnaso del 98, el del 27 incluso, comprobamos que eran más los que llegaron a la cima procedentes de la deficiente educación del siglo XIX. Nuestros Clarín, Menéndez y Pelayo, Pereda, Galdós, Unamuno y la pléyade que se quedó por el camino y a la que siguieron García Lorca, Alberti, Juan Ramón, Neruda, Machado?no fueron el producto de un experimento tan corto y turbulento como la II República y, sin embargo ahora vivimos una especie de calma chicha de la que solo sobresalen contadas personalidades, verdaderamente relevantes.

Y es que, como digo más arriba, estamos pringados en una estancada laguna de fariseísmo, gazmoñería y fingimiento que quizás encubra un pavoroso desierto desalmado. No obstante, siga la rueda y bien llegadas al Olimpo las damas que entregaron la vida y el esfuerzo en transitar por la bacheada vereda de la inteligencia. Quizá sean mal vistas por la minoría catalanista, pero en estas magnitudes pueden permitirse el legítimo orgullo de poseer dos idiomas uno, sin duda, bastante más importante que el otro.

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